viernes, 19 de diciembre de 2008

DICHOSO CALENDARIO



Observo a madre e hija forcejeando con una mochila, tratando de que puedan caber en ella unos libros más. Pero hija, podrías dejar alguno de ellos en casa -aconseja la madre- ya que estos no sé para que los necesita. A lo que la adolescente contesta: este es la biografía que estoy leyendo en el autobús, siempre me la llevo con esta novela. Cuando no me apetece leer la biografía cojo la novela. Bueno, pues deja este otro, dice la madre. No, ese es el ensayo que suelo leer en la cafetería, cuando me tomo el sándwich, entre clase y clase…y me apetece leer otra cosa que no sea novela o biografía.” La escena la vi el otro día casualmente, en una serie de televisión, e inmediatamente pensé… estos americanos. ¿Escribiría el guión el señor del atrezo durante el periodo de huelga entre los guionistas de Hollywood? Está claro que nuestro país no necesitaría más campañas de fomento de la lectura, si la realidad fuera la que nos pintaban en la escena que les acabo de relatar, pero si lo piensan bien, existen dos épocas del año donde el libro, por encima de encuestas sobre índices de lectura, se nos muestra con una fuerza engañosa, como si viviéramos en una sociedad eminentemente lectora. Y es que en Navidad, como en verano, parece que el paisaje no es el mismo si no forman parte de él los libros. Para los que por una razón u otra vivimos con el libro siempre presente, el calendario no significa nada, pero sí que nos resulta a veces divertido, o enojoso, observar estos “reinados “ efímeros, cuando el libro se populariza hasta limites insospechados por razones circunstanciales. Pero lo curioso es que incluso existen marcadas diferencias en el trato que se le da al libro, en esos dos periodos. Mientras en verano el papel de nuestro protagonista no parece ser distinto al de otras fechas del año, salvo que las librerías parecen supermercados donde la gente, lectores ocasionales, llena bolsas con libros, como si fueran tomates o patatas, para luego ir paseando esos tomazos de tapa dura por piscinas, playas, o idílicos paisajes rurales; en la Navidad al libro se le mira, por muchos, de otra manera. Hace unos pocos días, en mi librería de guardia, no pude evitar escuchar a una pareja que delante de un estante discutían con un libro en las manos: Este es magnífico, ¿no crees, querida? Mira que preciosa encuadernación -¿quizás un bibliófilo? pensé ingenuo de mi-, parece que ni pintado para poner sobre la mesita auxiliar que le compramos a mi madre la Navidad pasada. Por supuesto Paco -contesta la señora con sorna- y de camino yo le regalo un pañito de punto de cruz a juego. Dichosa Navidad. Raymond.

CUESTIÓN DE GÉNEROS



-“Anda. Lee esto, ecuación de progenitor”. Mi hija, que sabe hurgar en las heridas, me puso en las manos un a modo de manuscrito en cuya portada se leía en letras del 72 y en mayúsculas: “Los pilares de la mier..”, perdone el lector que apocope la última palabra que ya se habrá imaginado. “He inventado (para qué vamos a andarnos con clasicismos en esta mi primera incursión en la literatura) un nuevo género narrativo –me reflexionaba la inesperada escritora-, al que he titulado escatológico-burlesco. Una mezcla entre la sátira, la parodia, con una estética que se recrea en el feísmo y en los elementos de deshecho, es decir, en los excrementos sociales”. “Para su recién estrenada mayoría de edad, la niña no se anda por las ramas –pensé-.” “El género promete –le dije-. Tiene su interés, aunque me temo que poco atractivo. Pero, bueno, cuántos hay por ahí que sólo han escrito basura, y ahí siguen, lustrosos como cerdos antes de San Martín”. “La comparación no sé si entenderla como una ofensa o un cumplido, pues el cerdo es en mi nuevo género todo un símbolo”. “Lo leeré con atención, pero seguro que no con gusto, -concluí.” En verdad que la literatura española ha sido en toda época rica en esa corriente siempre interesante de la sátira, la burla, la parodia. Los estudios de Kenneth R. Scholberg (“Sátira e invectiva en la España medieval” y “Algunos aspectos de la sátira en el siglo XVI) o la antología de la “Poesía crítica y satírica del siglo XV” son tres de los muchos y buenos ejemplos que podemos presentar aquí de esa tradición tan española de meterse uno con el prójimo. Si a eso le añadimos las trifulcas y enemistades irreconciliables entre escritores que a tanta literatura han dado, tendremos la confirmación de otra de las “virtudes” que adornan nuestra cadena genética. Por no decir tampoco de las versiones burlescas de ciertas obras, como la ya célebre “Carajicomedia”, adaptación muy libre del “Laberinto de Fortuna” de Juan de Mena, o algunas continuaciones de grandes clásicos que terminan por ridiculizar al protagonista, caso de la segunda parte del Lazarillo. Pero quizá la obra que se lleve la palma en esto de las parodias sea el “Don Juan Tenorio” del que conservo en mi biblioteca un volumen que recoge diez versiones bufas. “¿Qué? Lo has leído” –me interrumpió la muchacha. “Sí. Y debo decirte que he cogido el bisturí y he extirpado las células cancerígenas que dañan el corazón del relato”. “Progenitor, acabas de inventar otro género: el crítico-gilipo…” Ya se lo he dicho a su madre, yo no puedo con esta niña. Pep.