martes, 14 de octubre de 2008

QUERIDAS COSAS


Despejada ya la duda metafísica que angustiaba a Aristóteles de si las mujeres tienen alma o no, hace ya un tiempo les ha tocado a los monos, y hay por ahí un movimiento titulado “Proyecto Gran Simio” que está totalmente a favor de considerar a estos animales más hermanos que primos de la raza humana y, en consecuencia, exige que se les “incluya de inmediato en la categoría de personas”, para que disfruten de la misma “protección moral y legal de la que sólo gozan los seres humanos”. Digo todo esto porque Alberto Manguel, bibliófilo donde los haya, en su Diario de lecturas se lamenta: “Esta mañana, al mirar los libros de mis estanterías, he pensado que no tienen conocimiento de mi existencia. Adquieren vida porque los abro y los hojeo y, sin embargo, no saben que soy su lector”. Jorge Luis Borges en un poema titulado “las cosas” reflexiona también, al igual que lo hace Manguel con los libros, sobre la relación que establecemos con los objetos más cotidianos, esos que nos sirven cada día, y sin embargo, la ignorancia que éstos tienen de nuestras vidas… “¡Cuántas cosas, / limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas…”, dice el poema borgiano, para terminar con dos versos realmente inquietantes: “Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido.” Pensar que el llavero al que sin duda le hemos cogido cariño por ser un regalo, o el sillón de nuestra casa al que le tenemos un especial aprecio por su comodidad y porque soporta todos los días nuestro peso, o el frigorífico que abrimos desconsideradamente cientos de veces al día no sólo desconocen de todo punto nuestra existencia sino que, peor aún, ni una mínima señal de tristeza manifestarán cuando muramos, es sin duda angustioso. En cambio, nosotros sí, ¿a quién no le cuesta desprenderse de algún objeto que nos ha servido durante un tiempo porque le hemos cogido ese cariño que ahora necesito y reclamo desde este artículo que sea recíproco? ¿Y si –pregunto- estos objetos tuviesen una vida interior, un soplo de sensibilidad a través del cual entablase con su dueño una relación sentimental: a veces de amor; otras, de odio; otras, en cambio, de indiferencia? ¿y si los libros de los que se lamentaba Manguel o, yendo un poco más allá en nuestra imaginación, los personajes de las novelas que leemos sintiesen cómo nuestras miradas recorren sus vidas o el tacto de nuestros dedos que sostienen sus páginas? Es también esa misma relación que Juan Ramón Jiménez confesaba tener con la Poesía: “Tengo en mi casa por su gusto y el mío a la Poesía, y nuestra relación es la de dos enamorados”. El gran Valentino Rossi declaraba no hace mucho en un periódico deportivo: “hablo con mi moto y la quiero; ella me ayuda y yo la ayudo y así nos va bien”. Estoy completamente seguro de que la moto desde su existencia mecánico-electrónica le responde a Valentino; es más, no me cabe la menor duda de que esa moto tiene alma. ¿Los monos? Pregúntenle a Aristóteles.

No hay comentarios: