miércoles, 22 de octubre de 2008

Añorada lectora


He devuelto al estante “La ciudad de cristal”. Sí, aquella novela de Paul Auster con la que inició su alabada trilogía ambientada en la ciudad de Nueva York. Este libro, que permaneció tras adquirirlo en la librería, hace ya algunos años, olvidado en mi biblioteca, fue el que sin saber exactamente por qué, elegí para que acompañara los aciagos días, previos a su marcha definitiva, de un ser muy querido. Me pidió un libro y recordé este. Lo cierto es que “La ciudad de cristal” ya para mí, será algo más que el libro donde descubrí a Auster, porque no podré evitar a partir de ahora ver entre sus páginas, además de las andanzas del poeta Daniel Quinn, reflejos de aquella buena lectora que nos dejó, pero que sigue presente en ese señalador enigmático, detenido entre esas páginas donde el protagonista de la historia visita a Paul Auster, el escritor de la novela de la que él es solo un personaje. Siempre he estado convencido de que hay libros que, por azar o por razones que nos son difíciles de explicar, adquieren una trascendencia mayor de la propia historia que contienen impresa. Si hacen la prueba, reconocerán entre los libros de su biblioteca, unos pocos en los que se ha depositado otra historia paralela, y esta es tanto o más especial de la que descubrimos al abrirlo y leerlo por vez primera. Estuve dudando, después de la marcha de esa añorada lectora, si recuperar aquel libro de Auster, de por qué no ocupar el hueco dejado en la librería, con otro que me trajera recuerdos menos dolorosos. Pero entonces recordé pequeños detalles olvidados, y que empezaron a afluir….Mi ansiedad aquel día por adquirir el libro de un autor por entonces, en mi caso, desconocido. La satisfacción que me produjo tener la edición, de la editorial Anagrama, entre mis manos y luego, inexplicablemente, abandonarlo en la estantería para olvidarlo. Leí nuevos libros de Auster, ya convertido en una celebridad, pero ello no me hizo volver sobre el ya olvidado “La ciudad de cristal”. Tuvieron que llegar aquellos tristes días en que ella me pidió un libro, tan solo para hacer más llevadera la definitiva despedida. Entonces me acordé de aquel. ¿Quién me iba a decir que el libro de Auster, desde que lo adquirí, había estado reservado para acompañar los últimos días de una muy añorada lectora? Hoy, en cambio, lo que he devuelto a un estante de mi biblioteca es, sin duda, algo más que un libro. Ramón Clavijo Provencio.

No hay comentarios: