lunes, 24 de septiembre de 2007

Borgiana



El otro día llegó mi hijo indignado a casa. Había jugado un partido de baloncesto y al margen del resultado (había ganado, como casi siempre, y no es amor de padre), lo que le había enfurecido fue la actitud del jugador del equipo contrario que lo había marcado. No había empleado los típicos métodos violentos (empujones, codazos, etc.), sino que se había dedicado todo el partido a susurrarle citas de Borges al oído. Cada vez que cogía mi hijo el balón o iba a tirar, se le acercaba y empezaba: “Como dijo Borges…” Enseguida se me vino a la cabeza el final de la magna entrevista que un medio de comunicación había publicado con el presidente del gobierno: a una cita del insigne escritor argentino esgrimida por el periodista, había respondido el presidente con otra del mismo autor, a modo de defensa y contraataque. Ya me he referido aquí a la moda de las citas que incluso Dietrich Schwanitz en su libro “La cultura” señala como un medio de defensa personal en los ambientes culturales, porque la cultura al fin y al cabo no es más que “la capacidad de mantener una conversación con personas cultivadas sin producirles una impresión desagradable”. Shakespeare y Goethe bien pudieran considerarse en el mundo anglosajón el canon de las citas; por descontado que Borges y, en menor medida y quizá sólo por el año pasado, Cervantes pueden ser los referentes en el mundo hispánico. “No te preocupes –le dije a mi hijo-. Vamos a prepara el partido de vuelta”. Y le enseñé varias frases en latín que, dichas al oído de su contrincante lo terminaron por fulminar; la definitiva fue “Arma virumque cano”. Exultante me comentó mi hijo: “Papá, ¿las puedo utilizar para ligar?”. “Yo no lo haría –le aconsejé-. Las mujeres saben latín”.