viernes, 24 de agosto de 2007

Ni que me dieran comisión




Primero se lo recomendé a mi hermana, y aunque el libro en cuestión me había entusiasmado como ningún otro desde hacía tiempo, solo su insistencia me hizo claudicar. "Será perder el tiempo, pensé, poner esta novela maravillosa en manos de alguien con gustos literarios tan extraños, pero, en fin, es mi hermana". La sorpresa llegó a las pocas semanas cuando en vez de tirarme el libro prestado a la cara, me habló de lo maravilloso que era, y que jamás había leído algo igual ( bueno, esto último lo entendí). Desconcertado decidí recomendar su lectura a todo el que se me pusiera a tiro, y así el libro fue pasando de mano en mano. De la chica de la panadería a mi amigo Pullo , que pese a resistirse a otras lecturas, como fiel lector del Marca, finalmente logró alcanzar la última página de la novela. Lo increíble es que me agradeció aquello como si le hubiera invitado a cenar en "El Faro" de Cádiz. En fin, la lista siguió, ya metido en una dinámica difícil de parar: del conductor del bus que cojo todos los días a mi suegra, y de ahí a una larga y variopinta fauna lectora (algunos lo acaban de descubrir ahora) que me dejó el ejemplar destrozado con tanto manoseo apasionado. Como el libro , ya prácticamente desencuadernado, no estaba para muchos más "fregaos", decidí poner punto y final a aquel experimento improvisado. El heroico ejemplar ocupa un lugar de honor en mi biblioteca, el que corresponde a un libro al que he sido incapaz de encontrar alguien que no se sintiera atrapado por su lectura de principio a fin. Pero no sigo. No insistan, que ya adivino tras alguna sonrisa de listillo la sospecha de que me han dado comisión...